El sol brillaba alto sobre la escuela de Prissy, un edificio imponente de ladrillo rojo con ventanales altos y un arco de entrada decorado con enredaderas perfectamente cuidadas. Los autos blindados de la familia Rinaldi se detuvieron en el estacionamiento, y Ameline bajó del coche de Seth, sintiendo el calor del día mezclarse con los nervios que no la abandonaban. Prissy, radiante en su vestido azul claro, apenas puso un pie fuera del auto cuando soltó un gritito de emoción y corrió hacia un grupo de sus compañeros de clase que la esperaban cerca de la entrada.
—¡Prissy, aquí! —gritó una chica, y Prissy se perdió entre risas y abrazos, su energía contagiosa.
Ameline se quedó atrás, observando la escena con una sonrisa suave. La escuela era más lujosa de lo que había imaginado: un campus amplio con césped impecable, fuentes que burbujeaban suavemente y senderos de piedra que llevaban al patio trasero donde se realizaría la ceremonia.
Caleb, Rosalyn, Laila, Shawn y Tobby caminaban de