Ameline se quedó inmóvil, la propuesta de Emma aun resonando tentadora en su mente.
La idea de tener a la guardia como aliada para ver a Nataniel era algo demasiado tentador, una posibilidad que podía fortalecer su plan de escape, pero la desconfianza que sentía hacia ella la mantenía incapaz de aceptar rápidamente.
El silencio en la terraza se volvió opresivo, el aroma del té mezclándose con la brisa cálida que agitaba las hojas del jardín. De pronto, incapaz de soportar más la ambigüedad de la situación, Ameline se levantó bruscamente de la mesa, la silla raspando contra el suelo de madera con un chirrido que rompió la quietud.
—Lo pensaré —dijo con voz cortante, su tono dejando claro que no estaba dispuesta a extender la conversación, a lo que Emma hizo un puchero.
Ameline se fue, sin mirar atrás, ni siquiera captando la sonrisa maliciosa que se dibujó en los labios de Emma, Ameline solo se giró sobre sus talones y se marchó, sus pasos resonando con determinación mientras atrav