Ameline regresó a su habitación con el corazón aún pesado por todo lo que había pasado, el eco de la decepción resonando en cada paso que daba por el pasillo de la mansión Rinaldi.
Al abrir la puerta de su habitación, se detuvo en seco, sorprendida por la escena que encontró. Selene, la guardia de rostro severo y postura rígida, estaba empujando a Nataniel hacia la salida, su voz cortante cortando el aire.
—Fuera, ya tienes que irte —ordenó, su mano firme en el brazo de Nataniel mientras lo guiaba hacia la puerta. Ameline sintió un impulso de protestar, sus labios abriéndose para objetar, pero antes de que pudiera hablar, Selene la miró con ojos fríos. —Tengo órdenes de no dejarlos solos. Prissy ya se marchó, y tú no puedes estar sola con él —dijo, su tono dejando poco espacio para discusión.
Ameline frunció el ceño, notando el rostro pálido de Nataniel, sus mejillas hundidas y sus ojos esquivando los de ella, como si cargara con un peso que no podía compartir. Preocupada, dio un pa