Ameline, atrapada en el torbellino de sus propios deseos, tomó el rostro de Seth con ambas manos, sus dedos temblando mientras lo atraía hacia ella con una urgencia casi salvaje. Lo besó desesperadamente, sus labios chocando contra los de él con una intensidad que lo tomó por sorpresa.
Seth se apartó apenas, sus ojos brillando con una mezcla de asombro y deleite, antes de soltar una risa grave que reverberó en el pequeño espacio del auto.
—Ahí está —murmuró, su voz cargada de satisfacción—. La fiera que recuerdo.
Sin darle tiempo a responder, tomó una de sus piernas, levantándola con facilidad para colocarla contra su cadera, y comenzó a frotar su erección contra ella, un roce deliberado que la hizo jadear.
Su boca regresó a su cuello, descendiendo con besos húmedos y calientes hasta su escote, donde se detuvo, saboreando cada centímetro de su piel. Ameline, perdida en las sensaciones, apretó los puños contra el asiento, su respiración entrecortada.
—Para de jugar, Seth —exigió, su vo