El sol apenas comenzaba a asomarse sobre la ciudad, tiñendo el cielo de un gris pálido cuando Seth salió del edificio con Tucker a su lado. El aire fresco de la mañana le golpeó el rostro, pero no hizo nada para aliviar la tensión que llevaba en los hombros. La noche anterior, con Ameline, seguía rondando su mente, pero la empujó al fondo, enfocándose en la misión. Tucker, con su chaqueta oscura y su expresión de siempre, caminaba a paso firme, revisando algo en su teléfono mientras subían al auto blindado que los esperaba.
— Vamos con Vincenzo —dijo Seth, su voz baja pero firme, mientras se acomodaba en el asiento del copiloto—. Tiene las grabaciones del municipio. Su gente es amiga de los nuestros, así que no debería haber problemas.
Tucker asintió, sus ojos fijos en la pantalla.
— Vincenzo siempre cumple, pero no me fío del todo. Esa mafia amiga tuya no es precisamente de fiar cuando hay tanto en juego —dijo, su tono seco, con un toque de desconfianza.
Seth se encogió de hombros,