Seth se recostó en el asiento trasero del auto blindado, el motor zumbando suavemente mientras el vehículo se deslizaba por las calles de la ciudad, escoltado por otro coche de seguridad.
El enfrentamiento con Marco en el gimnasio aún le hervía en la sangre por su comentario hacia Ameline, pero la furia inicial se había transformado en una determinación fría.
La imagen de Ameline seguía colándose en su mente —sus ojos, su voz, sus labios, el abrazo en el aeropuerto— pero la empujó al fondo, sabiendo que no podía permitirse distracciones. La misión estaba en un punto crítico, y cualquier error podía costarles todo. Miró por la ventana al cielo grisáceo de la tarde, reflejando su estado de ánimo, mientras el auto se acercaba a la mansión, una fortaleza rodeada de muros altos y vigilancia constante.
Al llegar, el portón se abrió con un zumbido, y el auto entró al garaje subterráneo, un espacio reforzado diseñado para máxima seguridad.
Seth salió, ajustándose la chaqueta oscura, y se d