Ameline despertó con el cuerpo cálido y pesado, envuelta en los brazos de Seth.
Sus cuerpos estaban entrelazados bajo las sábanas, su piel aún tibia por la noche que habían compartido, el collar brillando suavemente contra su pecho en la luz de la mañana que se filtraba por las cortinas.
Ambos estaban despiertos ahora, mirándose fijamente... Sin decir nada.
El silencio entre ellos era denso, no incómodo, pero cargado de todo lo que no decían. Ella podía sentir la respiración lenta y constante de Seth, su brazo descansando sobre su cintura, sus dedos rozando apenas su piel. Ameline permaneció quieta, su mente atrapada en la intensidad de la noche, en los meses que vendrían sin él, y en el amor que, a pesar de sus esfuerzos, no podía enterrar del todo.
No hablaron, no hicieron falta palabras; el peso de sus cuerpos juntos decía suficiente.
Lentamente, Seth se movió, su brazo apretándola un poco más antes de apartarse con cuidado, como si no quisiera romper el momento. Ameline alzó