Ameline salió de la oficina de Seth con el corazón acelerado, el eco de su risa baja aún resonando en sus oídos mientras cerraba la puerta tras de sí.
Sus pasos resonaron en el pasillo de mármol, rápidos y desordenados, mientras intentaba procesar la mezcla de vergüenza y frustración que la invadía. El rubor en sus mejillas no se desvanecía, y cada palabra que había intercambiado con él —su comentario sarcástico sobre el ultrasonido, la respuesta de Seth sobre los informes de la doctora— le daba vueltas en la cabeza como un disco rayado. "Este hombre me saca de quicio", pensó, apretando los puños mientras subía las escaleras hacia su habitación. La forma en que él había tomado el control de la conversación, su risa despreocupada, su distancia calculada… todo lo irritaba hasta el límite.
Quería gritar, pero se contuvo, entrando a su cuarto y cerrando la puerta con un golpe seco que reverberó en las paredes. Se dejó caer en la cama, el colchón crujiendo bajo su peso, y se quedó mirand