El resto del trayecto transcurrió en silencio, con ella observando la ciudad pasar por la ventana como si la viera por primera vez desde una celda.
Cuando por fin llegaron al centro comercial, la sensación de calma no llegó.
El lugar estaba completamente vacío. Cerrado al público, lo cual era más notorio por lo enorme que era, además de muy lujoso, un lugar que evidentemente era para la clase alta de la ciudad, por lo que Ameline no lo había pisado nunca.
Las luces estaban encendidas y una hilera de trabajadores perfectamente uniformados los esperaba apenas descendieron del vehículo, algunos con tablets, otros con bandejas con jugos, agua, bocadillos, sonrisas profesionales que no disimulaban que la escena había sido perfectamente coreografiada.
—Señor Rinaldi, bienvenido —dijo uno de los asistentes, inclinándose apenas—. Hemos preparado las tiendas tal como indicó. ¿Desea comenzar por ropa casual, de embarazo o más formal?
—Señorita, si desea algo específico… —añadió otra empleada,