El auto avanzaba en un silencio opresivo, el aire cargado de una tensión que parecía asfixiante, Seth conducía tranquilo, mirando de vez en cuando a Ameline por el espejo retrovisor, pero ella evitó mirarlo.
Emma estaba sentada junto a Ameline en el asiento trasero, los brazos cruzados con fuerza, su rostro una máscara de rabia contenida evidente.
Cada tanto, Ameline sentía los ojos de Emma clavándose en ella de reojo, y no podía evitar esbozar una sonrisa arrogante, dejando que sus labios se curvaran con una mezcla de desafío y satisfacción, solo para hacerla rabiar más. Sabía que estaba avivando el fuego del odio de Emma, y aunque una parte de ella reflexionaba que esto podría traerle problemas en el futuro, otra parte, la que había aprendido a sobrevivir en las calles, lo prefería así.
Mejor una enemiga declarada que una abusadora que se creyera con poder sobre ella.
“Que me odie”, pensó Ameline, enderezándose en su asiento. “No dejaré que nadie me pase por encima”.
El viaje co