Su agarre en mi cuello es muy fuerte, no logro deshacerlo. Siento cómo el paso del aire a mis pulmones se cierra y cómo mi boca se seca. Pataleo y le araño los antebrazos, incluso a veces levanto el brazo para pegarle con el codo en la cara, pero nada. Mis ojos, sin quererlo, empiezan a entornarse. Sin embargo, me aferro a mi fuerza de voluntad y le sostengo la mirada. Me sonríe con triunfo, arrogancia, satisfacción… Sus ojos carmesís están fijos en los míos, midiendo mis reacciones. Alzo la pierna y lo golpeo en el abdomen, pero tampoco surte efecto.
Mi fuerza, resistencia y voluntad menguan por segunda vez.
Mis uñas rasguñan su piel y las puntas de mis dedos se hunden en su carne. Me aferro a él aunque sé que no me soltará. Es un reflejo que no puedo ignorar, es puro instinto.
¿Cómo fui capaz de caer en su artimaña? Incluso engañó