La luna, colgada en lo alto como único testigo, observa la escena con su luz pálida. Dentro de la pequeña cabaña, el mundo parece reducirse al choque de cuerpos y jadeos contenidos. Kael se mueve sobre Aria con una urgencia salvaje, con una furia primitiva que se intensifica con cada embestida. No hay espacio, no hay tiempo. Solo piel, sudor y deseo.

Aria apenas puede pensar. Su cuerpo vibra, responde, se entrega. Cada músculo se tensa, cada célula arde, mientras el placer la devora sin tregua. No hay respiro, no hay fin. Es una ola interminable que la sumerge una y otra vez, dejándola apenas a flote antes de volver a arrastrarla. Cree que va a desmayarse. La necesidad en su vientre es un incendio que no cede.

Kael la toma con una fuerza brutal, sin piedad, sin pausa. Su espalda brilla con sudor, su respiración es áspera, rota, y sus ojos… sus ojos brillan con un fulgor naranja, un fuego que no pertenece a este mundo. Ya no es solo Kael. Ryder domina su cuerpo humano. Es él quien muev