Isabella quedó tendida en el suelo, vulnerable, con su polera larga apenas cubriendo su intimidad. Sus ojos estaban vidriosos, perdidos, como si ya no esperara nada del mundo. Frente a ella, los trillizos la miraban, sus ojos cambiando de color, mientras sus lobos luchaban por salir, ansiosos, hambrientos de lo que su humanidad apenas podía entender.
Miguel dio un paso al frente, su corazón hecho un nudo. Quería entender qué había sucedido.
Camilo solo pensaba en una cosa: tenerla.