Punto de vista de Antonio Roberts, Alfa de la manada
El dolor me aprieta el pecho como si un yugo invisible me aplastara el corazón. Cada segundo desde que Isabella salió del despacho, desde que vi sus marcas, desde que escuché su voz temblando mientras decía “fue Adán”, me estoy desmoronando por dentro. Ares, mi lobo, ruge sin tregua. Está fuera de sí. Él quiere sangre. Justicia. Venganza. Yo también. Pero aún soy el Alfa. Y debo mantenerme en pie, al menos por ahora.
Siento que todo a mi alrededor pierde sentido. El escritorio está destrozado, los papeles vuelan aún por el suelo, los vidrios del vaso que lancé siguen en el rincón. Me quedo quieto, apoyado con los puños sobre la mesa rota, jadeando, conteniendo la transformación. No quiero que mi hija me vea así, convertido en una bestia rabiosa, aunque quizás eso es lo que ahora necesita. Un padre salvaje. Imparable. Uno que queme todo por ella.
Me limpio el rostro con la manga de la camisa. Estoy sudando. No logro pensar con clarida