Punto de vista Rocio
La mañana llegó con una tibia luz dorada filtrándose entre las cortinas del hotel, y Rocío se desperezó con una sonrisa adormilada. A su lado, el lugar de Damien estaba vacío. El aire aún conservaba su aroma, esa mezcla entre bosque nocturno y algo más… algo que ella ya reconocía como suyo.
Se sentó, dejando que sus pies tocaran el suelo alfombrado, y por un segundo se permitió contemplar el silencio. Las marcas en su cuello aún ardían con un calor sutil y persistente. Él no había querido asistir al desayuno, temiendo que su presencia causara incomodidad. Ella, en cambio, sentía que había comenzado a transformarse desde dentro, aunque su cuerpo aún se negara a hacerlo físicamente.
Al salir de la habitación, se encontró con Sofía en el pasillo, vestida con ropa cómoda, una taza de café entre las manos y ese aire distraído que ocultaba bien el torbellino emocional que cargaba.
—¿Dormiste bien? —preguntó Rocío, intentando sonar casual.
—Más o menos —respondió su amiga