El calor del fuego crepitaba en la chimenea. Rocío dormía envuelta en la camisa de Damien, sobre el sofá grande y mullido. Había caído rendida, extenuada por el frío, el miedo y todo lo que la vida le había arrebatado… hasta ahora.
Cuando abrió los ojos, el primer rayo de sol entraba por los ventanales de la mansión. El silencio era dulce. El ambiente, cálido. Y él estaba allí.
Damien, sentado en una silla frente a ella, con un libro en la mano, la observaba con devoción. Sus ojos azules eran un refugio, no una amenaza. Rocío sintió que su corazón latía con suavidad, como si su alma supiera que ya no tenía que huir.