Punto de vista de Rocío
Me puse un pantalón de buzo y le pedí prestado un polerón a Lucas. Sentir la esencia de su lobo me ayuda a disimular que no tengo uno propio. Al llegar al instituto, veo a muchas chicas reunidas alrededor de algo —o mejor dicho, de alguien—. No tengo tiempo para eso, así que apuro el paso cuando escucho la voz de mi hermano. Lo último que quiero es que esas chicas se me acerquen por interés en él.
A lo lejos, veo a una chica con un atuendo similar al mío, con el gorro del polerón cubriéndole la cabeza. Me acerco a ella, y cuando me ve, se paraliza.
—Hola, soy Rocío Sanz —le digo—, ¿te acuerdas de mí?
Su mirada se descoloca, sus ojos se llenan de lágrimas y parece a punto de salir corriendo. Sin embargo, toma mi mano y, con voz entrecortada, me dice:
—Gracias. Si no hubiese sido por ti, todo lo que pasó habría sido peor.
Detrás de ella, veo a Sofía. ¡Wow! Está radiante y guapísima. Nos mira sin entender nada.
—Hoy que me cambio de ropa y tú vienes con ropa holgad