Punto de vista de Max
Se levantó sobre las puntas de sus pies para besarme, y en cuanto sus labios rozaron los míos, noté su inexperiencia. Un beso torpe, tímido, pero lleno de deseo. Mi mano se posó en su cadera y, en el mismo instante, sentí un calor recorrer mi cuerpo como un incendio imposible de contener. Pero si ella fuera mi mate, ya lo habría reconocido. No lo era. No podía serlo.
Aun así, no pude resistirme. Volví a besarla, y esta vez sentí una corriente eléctrica estallando entre nosotros, encendiendo cada fibra de mi piel. Me separé de golpe, con el pulso descontrolado.
—Rocío, si continúo… después no podré detenerme —advertí con voz ronca, casi suplicante.
Sus ojos miel ardían cuando me respondió:
—No te detengas.
Y esa respuesta fue mi perdición.
Arremetí contra su boca, devorándola con hambre.
—Abre la boca, Rocío —murmuré contra sus labios.
Ella me miró con un leve titubeo, pero un segundo después, obedeció. Su boca se abrió para mí, y no dudé en invadirla con mi lengu