Capítulo 25.

Pobre de la luna que sería la única que tendría que escuchar sus frecuentes lamentos y clamores de misericordia. 

Ella estaba boca abajo sobre su cama. Su respiración a veces se escindía al quedarse sofocada contra la almohada que sujetaba su mentón adolorido.

Ella estaba desnuda. Él la había desnudado. Salvajemente había arrancado toda su ropa.

Ella estaba atada, él la había atado a la cama.

Él, sostenía en sus manos un cinturón. 

Su torso, igual que sus brazos estaban desnudos, sus ojos estaban entonados en furia que incesantemente volvía a sacudirlo, cuando por fin se serenaba un poco y los demonios irascibles de sus pensamientos renunciaban de soltar baladros, nuevamente, los recuerdos de ella rozando con sus labios a aquel chico de pelo largo ondulado y piel broncínea lo abrumaban, más de lo que por si

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