Capítulo 2: Juramento.

Ambos niños habían llegado al jardín, este yacía siempre solitario por los empleados que se hallaban en la empresa en horarios como aquel. Derek solía ir solo a aquel lugar apartado, lo hacía cuando no quería permanecer en la empresa, él era intolerante al ruido, por eso iba allí, solo, pero aquel día fue distinto, pues a su lado tenía la compañía de aquella hermosa rubia, solo ellos dos estaban en aquel desierto jardín, solo ellos dos… de una manera tal vez no tan metafórica, la víctima y el verdugo. 

La rubia tomó asiento en un pequeño banquillo color blanco, mientras apretujó su suave oso de felpa y relamió una vez más aquella paleta acaramelada, Derek también tomó asiento, muy cerca de ella, demasiado cerca, podría cargarla con facilidad si lo quisiera, ella era y siempre sería mucho más pequeña que él, no era alguien que hablase demasiado, ella odiaba mantener contacto visual con alguien, pero él lo amaba.

La miraba como solo un demente lo haría.

—¿Cuántos años tienes, Adalia? —Había estado guardándose aquella pregunta desde los efímeros minutos que habían pasado allí en completo silencio, siendo saturado por inicuos pensamientos.

Ella le observó y apartó un poco la paleta de sus labios pequeños bañados en un precioso tono sonrosado.

—Tengo ocho —respondió con simpleza, ella no percibía como él la miraba, de aquella forma... como la que un muchacho de su edad no debería de mirarla, con esos deseos que no debería tener, con esos deseos que traerían mucho caos en su futuro, la miraba con una intensidad... que asustaría a quien sea. La repasaba de arriba abajo una y otra vez, como si le fuese imposible creer que alguien tan perfecto existiese y justo ahora él la estuviese conociendo. 

—Eres pequeña —murmuró a la par que la observó una vez más, sus labios eran hermosos, se apreciaban tan suaves, que, por primera vez, él no deseaba golpear a una niña, en ese momento él deseaba hacer otras cosas con su cuerpo. Cosas igual de horribles o tal vez peores que un golpe. Quería dañarla, de repente había sentido aquel inexplicable impulso de hacerle daño a aquella niña que ni siquiera conocía. 

—¿Y tú cuantos tienes? —preguntó Adalia, su voz era chillona, cargada de una inocencia que sería arrancada con crueldad.

—Trece. Soy mayor que tú.

—Eres grande. —Aquella fue la única manera en la que ella logró expresar inconscientemente que él de alguna forma, le intimidaba. En su mente, él parecía ser un adulto. De los labios de todos se escapaban aquellas palabras; un pequeño hombrecito, precioso como son todos los Wood, alagaban constantemente sus conocidos engruesando más su ego.

Él asintió en silencio.

Ella le proporcionó una mordida a lo que comía y verlo, ocasionó que Derek no lograse contenerse más.

Él se aproximó aún más a ella. 

—¿Quieres jugar algo? —preguntó el niño—. Es muy divertido, lo acabo de imaginar. —Ella le observó, curiosidad se advertía en su manera de mirar—. Lo primero que debes de hacer, es cerrar tus ojos, luego abrir tu boca, pero antes, prométeme que será un secreto de ambos y que nadie nunca lo sabrá.

—¿Un secreto? ¿Por qué un secreto? —Su inocencia causaba gracia en Derek. Él la había perdido hace mucho tiempo, a veces se preguntaba si alguna vez la tuvo en realidad. 

—Porque es un juego de adultos.

—¿De adultos? —indagó la pequeña Adalia con su ceño plegado, cruzando sus minúsculas piernas sobre si, al instante, sin lograr evitarlo Derek observó los pálidos que eran sus muslos, se preguntaba como quedarían dibujados en ellos algunas heridas. Desde muy pequeño, había tenido inclinaciones por las pieles blancas, aquella muchacha dos mayor que él, que hace no demasiado tiempo había tenido desnuda sobre su regazo, tenía piel muy blanca, pero no se cotejaba con la de ella—. ¿Por qué de adultos? 

—Es muy, muy divertido, tan solo haz lo que te pido y guarda el secreto. —La pequeña Adalia asintió, aún algo insegura de aquel niño y de aquel juego, cerró sus ojos para luego abrir su boca con lentitud, la chiquilla dilató sus ojos con consternación cuando sintió la boca del niño sobre la suya, quiso soltarse y correr lejos de él, pero Derek no se lo permitió, apretó sus manos mientras continuaba el beso, la niña empezó a sentirse asfixiada por el temor, soltó la paleta que traía entre sus manos, su pequeño cuerpo trepidó, y solo pudo respirar de manera regular cuando él rompió el beso, luego de morder sus frágiles labios con debilidad.

Y aquel fue el comienzo. No habría día en el que Adalia no se arrepintiese de haber aceptado aquel juego.

Sus labios se inyectaron de sangre, enrojeciéndose. 

—¿Por qu-é hic-iste eso? —sollozó, sintiendo como sus labios ardían ante el beso que se había sellado en sus labios, respuesta alguna no emitió él, solo lamió sus labios, en donde estaba el sabor dulce de Adalia impregnado. Era adictiva. Quería volver a hacerlo, quería volver a repetirlo. No era la primera vez que besaba a una niña, pero había sido la mejor de todas.

—¿Alguna vez te habías besado con alguien? —inquirió él, Adalia negó de inmediato, aún temblaba un poco, sentía miedo de aquel niño, sus pequeños labios dolían, dolían y quemaban por como él los besó—. Pues yo he sido tu primera vez, Adalia, ¿sabes lo especial que es dar su primer beso? Es como pertenecerse el uno al otro. ¡Yo he sido tu primer beso! Eso debe de significar algo...

Ella le miró, apretujando su pequeño oso de felpa como si este pudiese resguardarla del monstruo, las palabras que aquel niño decía, para ella no poseían significado alguno, eran incoherentes, solo sabía que él la había tocado, no sabía si estaba mal, aún no sabía diferencia totalmente lo bueno de lo malo, pero no le había gustado, no le había gustado en absoluto.

—M-e duelen los labios —susurró queriéndose situar de pie, no obstante, él la sostuvo por su fino brazo y la obligó a sentarse nuevamente—. Le diré a papá —amenazó—. Le diré que me tocaste los labios.

Derek entrecerró sus ojos.

                                                       

—Te haré daño si lo haces, a ti y a tu familia les haré daño, dijiste que guardarías el secreto. —Ni su voz ni su apariencia eran las de un niño—. Te golpearé y pondré muy roja tu piel si le dices a tu papá. —La sujetó con fuerza del brazo izquierdo, ella le miró, sintió deseos de llorar de pronto, pero sus lágrimas se interrumpieron por la voz de su padre quien llegó a la escena. 

Fragmentos de furia se vieron sobresalir de la mirada de Derek, le molestó ser interrumpido, le desagradó en todo el sentido de la palabra, por un momento deseó estar más tiempo a solas con aquella niña.

—Hey, tu padre me dijo que estarías aquí. —El rubio hombre de inmediato descendió la mirada a su hija—. ¿Qué son esos moretones en tus manitas, mi niña? —Adalia descendió la mirada, observando sus manos pálidas pintadas del rojo agarre, no sabía si decírselo, la chiquilla observó de soslayo a Derek sentado a su lado, acariciando sus hombros mientras mantenía sus ojos dilatados con amenaza. Ella era como cualquier otro niño, ella sentía miedo, aunque en ese momento Derek también era un niño y las amenazas de que iba a dañarle eran vacías, pero ella no lo sabía, por eso calló.

Muy inocente para saber que aquel silencio haría ruido toda su vida.

La niña pasó saliva y fingió una sonrisa, aunque sus ojos quisieron inyectarse de lágrimas cada vez que sentía el daño en su boca. Su padre notó sus labios encarnados, pero por su mente jamás paso que se debía a un beso, lo que conjeturó fue que se trató del pigmento bicolor de aquella paleta. Incluso él era más ingenuo que Derek.

—¡Me ha ido excele-nte! Derek es... ¡Un buen amigo! —Su voz era preciosa, ella era valiosa como una perla. Su tono de voz temblorosa podría delatarla, pero su padre lo había pasado por alto.

—¿Y por qué tus manos están enrojecidas, mi niña?

—Ella se ha caído, y yo la he tenido que sostener por los brazos, ¿verdad, Adalia? —inquirió Derek con sus ojos fríos como un iceberg, posados en la niña que se mantenía nerviosa, la inocencia mezclada con el miedo, eran una melodía muda para él—. Es una chiquilla torpe y movediza, incluso se ha caído su paleta. —Su capacidad para mentir resultó aterradora.

—Yo... sí, eso ha sido, padre, me he caído y... Derek me ha ayudado, él es muy buen... compañero de juegos —mintió nuevamente la chiquilla sintiendo como Derek la carcomía con los ojos. Su mirada le incomodaba y ella no creía ni siquiera conocer aquel sentimiento.

—¿Ah sí? ¡Eso me alegra, mi niña! Tal vez vuelvan a verse en unos cuantos días — dijo su padre, liberando una sonrisa—. Ahora ven, anda a la casa. —De inmediato se puso de pie, ni siquiera se había percatado de que él la sostenía, tuvo que forcejear un poco para soltarse del agarre—. Derek, Adalia tiene que irse, espero que su compañía te haya divertido, creo que tu padre quiere que vayas a su oficina.

«¿Ya se va?», fue lo que se preguntó Derek en su mente. No, no quería que ella se fuera tan pronto.

—¿Por qué se irá? —preguntó, con un rastro de desesperación—. Quería jugar con Adalia más. No han pasado ni... ni quince minutos.

—Debo atender a unos asuntos familiares —explicó el señor. Se podía ver como Adalia tocaba reiteradamente sus pequeños labios tratando de menguar el dolor en estos.

—Podría... usted podría dejar a Adalia aquí y volver a buscarla en la noche cuando la empresa cierre... y usted resuelva sus asuntos familiares —propuso el niño.

—Quiero ir contigo, papá —intervino la chiquilla, ocasionando una explosión de ira en el interior de aquel niño. La golpearía de no estar su padre allí.

—Quiero jugar contigo, Adalia —pidió Derek formando tristeza en su rostro.

—Tranquilo, Derek, ella volverá en unos días ella volverá y podrán jugar —aseguró James Blake.

Y así fue como ella se alejó de él, la pequeña rubia de pelo dorado le dio la espalda y se alejó con sus labios algo enrojecidos, él solo permaneció observándola, observando a aquel pequeño ángel alejarse de la empresa de su padre. Ella no miró a atrás. Recordó las palabras de aquel hombre, tal vez volvería pronto, tal vez al día siguiente podría ver a aquella niña nuevamente.

***

Sentía tanta furia que podía morir de ella. Habían pasado días completos, él había sido el primero en despertar, la ansiedad no le permitía comer, él había sido el primero en insistirle a su padre en ir a la empresa, y cuando habían llegado, había corrido desquiciado al jardín, sentándose en aquellos bancos en donde se podía ver quien llegaba a la empresa, esperando ver el automóvil gris de James, esperando ansioso por verla otra vez.

¿Por qué no entras a la oficina, Derek? Perfectamente podía aún escuchar las palabras de su padre cada vez que él se quedaba el día completo en el jardín, esperando, negándose a que alguien le hiciera compañía, él solo esperaba. ¿Dónde está ella? Con su voz de preadolescente había casi gritado aquel cuestionamiento y la respuesta: no sé, había detonado su débil paciencia. Por más días esperó a que ella llegara, pero la furia y la desilusión lo acuchillaron cuando no la vio más nunca entrar por las enormes puertas de aquella empresa.

Ella nunca volvió.

En aquel momento, residía parado frente al espejo de su habitación, vestía su pijama color azul, respiraba sacudidamente por una furia que no soportó, así que lo hizo, enterró sus puños en el cristal del espejo, rompiendo en trozos su reflejo, preguntándose por qué ella no había regresado. Con su mente atormentada de tanto pensar en su rostro hermoso y pelo rubio, clavó más sus puños, aunque sabía que estaba lastimándose, solo después de un rato se alejó, tomó asiento sobre su cama, gotas de sangre las veía deslizarse por su piel y mientras comprimía sus puños, él murmuraba cosas para el único espectador de su locura que era él mismo.

—Juro que serás mía. —Recordó aquel beso y cerró sus ojos tratando de sentirlo nuevamente, pero no había nada, solo él sentado en aquella cama con su puño sangrando. Mordió sus labios tratando de buscar el sabor de ella, pero no estaba, vacío, todo estaba vacío, quería volver a sentirlo, quería poder sentirlo y no tener miedo de si ella volviera algún día, o si no volvería jamás, por eso lo hizo, por eso dijo esas palabras que se comprometería a toda costa a cumplir—. Te juro que serás mía, Adalia, te lo juro, te lo juro. —Comprimió su puño, aunque sabía que se lastimaba. Cuando su padre no estaba allí solía lastimarse con furia—. Juro por mi vida que tú serás mía.

Y al compás de aquel juramento resbalarse de sus labios, un relámpago furioso se advirtió en el cielo rompiendo el silencio, no era temporada de lluvias, pero era como si la misma naturaleza hiciese una advertencia de la locura desenfrenada y destructiva que traería aquel juramento a la vida de Adalia Blake. Pasarían los días, pasarían las semanas y consigo, los años, pero él jamás olvidaría aquello que una vez juró.

Algunos libros hablan acerca del amor a primera vista, de príncipes azules que salvan a princesas, pero este no será uno de ellos, lo que aquí será visto en lugar de amor, será obsesión a primera vista, y en lugar de un príncipe azul, aquí habrá un cruel y enfermo villano... bienvenidos al juramento de esta enferma obsesión.

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