Capítulo 17.

Minutos pasaban y Derek no dejaba de observar a un punto indeterminado, pero en su mente, a pesar de permanecer tan aparentemente templado, maquinaba todas las cosas a las cuales sometería a Adalia. Ella se había atrevido a usar algo que él no le había dado, ella pagaría por ello, ella era suya, todo en ella le pertenecía, se refrendaba una y mil veces Derek en su cabeza.

—¿Sabes? —habló el castaño desgarrando en silencio que había empantanado la escena—. Siempre que te hago mía lo hago en tu casa, y hace un rato, mientras observé como usabas el vestido que yo no te había regalado, pensé en que tal vez era hora de que te familiarizaras con mi cama.

—¿Qu-é?

—Lo que escuchaste.

—Derek, por favor,

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