Capítulo 18.

Adalia avivó con gran ímpetu sus ojos al ver aquel objeto, todo rastro de dolor físico se evaporó y a ella solo la hurgó el horror que empachó su interior.

El rostro enfrascado en oscuridad de Derek, sumándole aquella arma potencial que bailoteaba entre sus dedos la llenó de sumo pavor, la asesinaría, la acuchillaría cruelmente con aquella tijera y después desecharía su cadáver inerte como mugre en una fosa subterránea, probablemente la profanaría numerosas veces antes de desecharla, de seguro jamás encontrarían su cadáver, sería engullida por gusanos y su alma nunca encontraría paz, sus pensamientos casi se escuchaban en el mórbido silencio que los envolvía.

—¡No! ¡No, por favor! —suplicó encerrada en un miedo turbado—. ¡No me asesines! ¡Derek! ¡Te lo imploro! —el mencionado la silenció de una fuerte bofetada y se

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