Bajo el inclemente sol de mediodía, Vlad se hizo una visera con la mano. La pequeña bola surcó el cielo sobre el campo de golf como un meteoro y se clavó dentro del hoyo.
—¡Wow, no lo puedo creer! ¡Hiciste hoyo en uno en un par 4! ¡Eso es increíble, Vlad! ¡Eres un animal! —exclamó Evan.
Par 4 significaba que, en promedio, un profesional debía dar cuatro golpes a la bola para embocarla, de acuerdo a la distancia entre el sitio de partida y el hoyo. Y a Vlad le había bastado con uno.
—¿No has pensado en dedicarte a esto de manera profesional? Eres mejor que muchos de los que compiten actualmente. Y ganarías mucho dinero.
—Ya gano mucho dinero.
—Pero también trabajas bastante.
—Me gusta mi trabajo —respondió Vlad, como un autómata, con un cerebro tal que podía calcular la fuerza exacta a aplicar al palo para que una bola minúscula cruzara los cuatrocientos cincuenta metros que los separaban del hoyo, teniendo en cuenta la dirección y fuerza del viento.
Era un hombre extraordinario, como