La angustiosa incertidumbre, que había tenido a Sofi y a Andy viviendo en una pesadilla, estaba a punto de acabar con la detención de los sospechosos.
—Cadena perpetua es lo mínimo que deberían darles —sentenció Andy.
La cándida noción que tenía sobre la justicia empezó a desdibujarse cuando los guardaespaldas los llevaron a unas bodegas propiedad de los Sarkovs.
Un escalofriante llanto les llegó cuando avanzaban por un oscuro pasillo. Andy cogió la mano de Sofi. De seguro estaba muy asustada y ansiaría la seguridad que sólo su fuerte novio podía brindarle.
—Aquí aprendí a andar en motocicleta. Qué recuerdos —dijo ella alegremente.
Cruzaron una puerta y se encontraron con Markus y Vincent. Frente a ellos y postrado en el suelo había un hombre, lloriqueando. El delincuente que los había obligado a esconderse y abandonar la normalidad de sus vidas no era más que un cobarde.
—¡Da la cara, miserable! —exigió Andy.
El hombre se descubrió el rostro y Andy se quedó sin aliento.
—¡Te lo d