Sentado una vez más a la horrorosa mesa de la familia de Sam, Vlad sonreía. La pandilla de la abuela se había ido y el enojo por el agravio se había diluido. Eran viejas y debían aprovechar el tiempo que les quedaba. Morirían pronto, eso lo llenaba de paz. A la abuela de Sam la perdonaba sólo porque era de la familia y, si ellos continuaban su noviazgo, pasaría a ser su familia.
Y también moriría pronto. Eso le daba más paz todavía.
En cuanto a Sam, comía a su lado muy tranquila, demasiado como para tener en frente al que casi fue su esposo. Imaginó que debían haber estado juntos mucho tiempo para llegar a tomar la decisión de casarse. Ahora lamentaba no haberla dejado hablarle del infeliz.
—Vlad, tengo un negocio excelente que proponerte —dijo Vicente.
—Claro, podemos hablarlo luego.
Los negocios y la familia no eran una buena combinación, pero Vlad tenía demasiado dinero como para importarle.
—Así que tu ídolo se casó, Sam. Debes estar de muerte —comentó Liliana.
Por supuesto