Cuando llegó a la hacienda a pie, soplaba un viento fuerte, indicando que pronto caería una tormenta.
Antonella secó la última lágrima que rodó por su rostro, prometiéndose a sí misma que no lloraría más por Benjamín.
Aun desconsolada, recordaba las palabras de Vladir cuando le dijo que Benjamín la había abandonado en el altar porque ella era defectuosa e incapaz de darle herederos. Si él supiera que Antonella no solo era capaz, sino que ya le había dado un hijo, moriría de arrepentimiento.
¿Quién habría inventado tal mentira sobre ella al punto de hacer que Benjamín cancelara la boda? Y, aun sabiendo que ella era perfectamente capaz, ¿por qué no se retractó? Tuvieron una noche juntos. Benjamín pudo comprobar que ella no tenía ningún defecto. ¿Cómo podía ser tan arrogante?
Entró en la casa, sintiendo los pies arder de dolor. Había caminado más de ocho kilómetros a pie. Adam corrió hacia ella y la abrazó, y ese abrazo pareció aliviar toda la tensión que cargaba.
—¿Qué te ha pasado, niñ