Katerina está recostada en el torso de Gio, quien yace en la cama junto a ella y le acaricia el cabello. Ya se encuentra calmada y sumida en sus pensamientos, al igual que él, que analiza una y otra vez la manera en que ella despertó.
—¿Tuviste una pesadilla? —rompe el silencio, después de debatírselo por un largo rato.
Katerina asiente con la cabeza, incapaz de articular palabra.
—¿Algún día podré traspasar tus barreras? —insiste Gio con melancolía y se relame los labios—. Me gustaría ayudarte, Katerina, ¿me lo permites? ¿Podría ser yo tu paño de lágrimas? ¿Me darías la oportunidad de convertirme en tu desahogo y el recipiente para que vomites eso que tanto daño te hace? Quiero salvarte como tú lo hiciste conmigo.
Ella no dice nada, pero sus sollozos silenciosos y las leves sacudidas de su cuerpo le dan a entender a él que sus palabras le hicieron algún efecto.
Giovanni no añade más para no hacerla sentir presionada; en su lugar, la aprieta más contra él y le besa la coronilla de la