Capítulo sesenta y cuatro.

—¡¡¡A las armas!!! —rugió la voz profunda de Aldric, y su eco pareció sacudir la mismísima tierra.

La campana de guerra resonó en las torres del Palacio de Lycandar, como un corazón de bronce latiendo con furia. El cielo, teñido por una luz rojiza, presagiaba el conflicto inminente. Desde las montañas más lejanas hasta los bordes del bosque encantado, el mundo contenía la respiración.

Aldric caminaba con paso firme sobre la plataforma elevada del campo de concentración. Sus ojos, intensos y decididos, recorrían las filas de licántropos uniformados, prontos para la batalla.

—Quiero que las manadas de vanguardia protejan los flancos del norte. Que los elfos se encarguen del control mágico en los altos. ¡Los enanos deben sellar los túneles! ¡Nadie entra ni sale sin nuestra orden!

A su lado, Ylva observaba todo con el corazón latiéndole con fuerza. Llevaba la armadura de su linaje, plateada y marcada con el símbolo lunar de la Casa Lancaster. A su izquierda, Katrina también estaba lista,
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