Sorin había aparecido frente a ellos como si se tratara de un espectro. Su semblante irradiaba tensión, enojo y un ápice de angustia. Mientras Jofiel regresaba a su asiento, Gabrielle estiró el cuello para ver si atrás de él venía Ariel, pero aquello solo era una ilusión.
El rubio movió la cabeza para bloquearle el panorama y verla a los ojos.
–¿Qué se te perdió, Gabrielle? –alegó Sorin, mientras cruzaba los brazos.
–Nada, nada –respondió la joven y a regañadientes regresó a sentarse.
Sorin caminó enfrente de todos, quienes estaban en un silencio sepulcral, y el único sonido que se percibía en el ambiente era el de los pesados pasos del rubio, que pronto se sentó frente a ellos. Hasta que pronto, el silencio fue interrumpido.
–Eh… perdón si interrumpo pero, ¿no vas a decirnos nada acerca de Ariel? –preguntó Raziel con un dejo de inseguridad.
–Sí, Sorin –prosiguió Gabrielle–. Al menos merecemos saber si te atreviste a… –La joven no se atrevió ni a pronunciar aquella palabra.
–No