La habitación estaba en penumbra. El monitor cardíaco de Junior emitía un pitido constante, suave y regular. Ximena, agotada tras horas de angustia, se había quedado dormida en la butaca junto a la cama, con una manta sobre las piernas y una de las pequeñas manos del niño entre las suyas. No escuchó la puerta abrirse. No sintió el leve crujido del suelo bajo los tacones de Julia. Fue el sonido del monitor alterándose, emitiendo un pitido agudo, lo que la hizo reaccionar. Abrió los ojos, confusa, y al instante se incorporó, el corazón latiendo con violencia. La cama estaba vacía. —¡Junior! —gritó al ver la silueta de Julia junto a la puerta, con el niño en brazos—. ¡¿Qué estás haciendo?! ¡Devuélvemelo! Julia giró el rostro lentamente. Sus ojos estaban desorbitados, su cabello desordenado, y en sus manos sujetaba al niño con una fuerza que hizo que Ximena sintiera un nudo en el estómago. —Lo estoy llevando conmigo. Él no te pertenece, si no fuera por mí no lo hubieras tenido —respondió