El eco de sus pasos en el pasillo blanco resonaba con una pesadez que no podía disimular. Roberto sostenía entre sus dedos un pequeño envoltorio de papel que contenía la galleta. Aquella galleta que Junior casi había comido poco después de empezar con vómitos, fiebre y convulsiones. Aquella galleta que Julia, su esposa legal aún, había dejado con una sonrisa hipócrita a su hijo como si nada. Pero ¿Realmente eras capaz de haberle hecho daño a Junior...o a Marito? —No puede ser —murmuró para sí mismo mientras se acercaba al laboratorio del hospital. No podía creerlo. Julia, la mujer que conocía casi desde que era una niña tenía muchos defectos, pero, ¿era capaz de algo así? ¿De envenenar al niño que una vez prometió proteger con su vida? ¿Y de intentar hacerlo otra vez con Junior? No quería ni pensarlo. Pero la sospecha se instalaba como una piedra fría en el pecho, erosionando todo lo que alguna vez había creído de ella. No era ciego. Sabía que Julia odiaba a Ximena. Sabía que su ego n