El sonido de las olas rompiendo contra las piedras se filtraba por la ventana abierta, mientras la brisa cálida de Río de Janeiro acariciaba la piel desnuda de Ximena. Estaba de espaldas a Roberto, con la mirada perdida en la oscuridad del cuarto, envuelta apenas en una sábana que cubría la curva de su cadera. Roberto se acercó en silencio. Sus manos grandes y cálidas rodearon su cintura y la atrajeron con suavidad hacia él. Su pecho rozó la espalda de ella, y cerró los ojos. Su olor a mar, a sal, a él… la envolvió. Apoyó los labios en su cuello y descendió lentamente hasta el hombro. —Estás hermosa… —susurró, ronco, contra su piel. Ximena se giró con lentitud hasta quedar frente a él. Su mirada tenía ese brillo melancólico que sólo aparecía cuando la realidad pesaba más que el deseo. Pero en ese instante, eligió el deseo. Le acarició la mandíbula con delicadeza y luego lo besó, con una mezcla de necesidad, tristeza y amor. El beso fue lento al principio, como si intentaran memorizars