Ekaterina se estiró perezosamente en la cama, sintiendo cómo la luz del sol se filtraba a través de las cortinas. Había dormido poco y mal, pero con la sensación de que el día podría ser diferente. El sonido del teléfono vibrando sobre la mesita de noche la sacó de su letargo. Miró el identificador de llamadas y frunció el ceño al ver el nombre de Norman parpadeando en la pantalla. —Ugh, no tengo ganas de esto ahora—murmuró para sí misma. La última vez que habían hablado había sido un desastre, y no sentía que tuviera la energía para enfrentarlo ahora. Así que, desinteresada y con una sonrisa traviesa, decidió no contestar. Se giró hacia el otro lado, enterrándose en las sábanas. Sin embargo, el teléfono siguió sonando, insistente. Finalmente, después de varios minutos de silencio, dejó de vibrar. Ekaterina sintió un leve alivio, pero no duró mucho. Unos momentos después, sonaron unos golpes en la puerta, y se quedó paralizada. Era el golpe de alguien que no estaba dispuesto a marchar