Ximena tamborileaba los dedos sobre su regazo mientras esperaba en la oficina de Pauline. El despacho era amplio, decorado con muebles de madera y detalles que destilaban una elegancia fría y calculada, al igual que su dueña. Un gran ventanal dejaba entrar la luz de la mañana, proyectando sombras largas sobre la alfombra beige. La incomodidad la invadía por completo; no era la primera vez que estaba allí, pero en esta ocasión era diferente. Tenía algo importante que decir, algo que probablemente no le caería bien a Pauline. Cuando la puerta se abrió, Ximena se enderezó de inmediato. Pauline entró con paso firme, vestida impecablemente con un traje blanco que realzaba su presencia imponente. Sus ojos hermosos se posaron sobre Ximena con una mezcla de curiosidad y afecto. —Espero no tener que escuchar algo que me saque de quicio sobre "ese" hombre —dijo Pauline, en referencia a Roberto, mientras se sentaba detrás de su escritorio, cruzando las piernas con elegancia. Obviamente ya estaba