Ximena estaba ajustándose los últimos botones de su abrigo frente al espejo de la entrada cuando oyó el sonido inconfundible de los nudillos golpeando la puerta. Su corazón dio un brinco, pero enseguida lo reprimió. "Cálmate", se dijo. Seguramente sería una vecina. Caminó hasta la puerta y, al abrirla, su estómago se hundió. Roberto estaba allí, con una expresión que oscilaba entre la determinación y un tormento casi palpable. —¿Qué haces aquí? —preguntó ella con frialdad, cruzándose de brazos. Él no respondió de inmediato. Sus ojos viajaron al interior del departamento como si buscaran algo o a alguien. Finalmente, la miró directamente a los ojos, y la intensidad de su mirada hizo que un escalofrío recorriera su espalda. —¿Dónde está el niño? Ximena sintió que la sangre le hervía ante la pregunta. Sus ojos se entrecerraron, y su postura se tensó. —No tienes derecho a venir a MI casa a preguntarme por MI hijo, Roberto —respondió, con un filo en su voz que buscaba cortar cualquier inte