Ekaterina llegó a la oficina de Norman como una ráfaga de aire caliente en un día frío de invierno. Desde el momento en que cruzó la puerta principal, todas las miradas se posaron en ella. Vestida con un short de denim tan diminuto que apenas cubría lo justo, y una remera ajustada que parecía haber sido robada de su pequeña sobrina Natasha, dejando al descubierto un ombligo tentador, su presencia no pasó desapercibida para nadie. Los pasillos, normalmente silenciosos y dedicados al trabajo, se llenaron de murmullos y miradas furtivas, mientras los empleados intercambiaban comentarios y sorprendidas sonrisas. Con una actitud que mezclaba determinación y picardía, Ekaterina caminaba despacio, casi deslizándose sobre el mármol pulido, llevando en sus manos un par de bolsas de compras, de marcas reconocidas. Su largo cabello rubio caía en cascada sobre sus hombros, perfectamente peinado y ligeramente ondeado, enmarcando un rostro que combinaba inocencia y osadía. En sus ojos se leía una c