Roberto sonrió, percibiendo que estaba ganándose su confianza. Su voz se suavizó aún más, casi un susurro cargado de deseo sexual. —Vamos, bonita. No solo hablo de dinero. Hablamos de placer, de algo que nunca olvidarás —dijo, sus manos recorriendo su cintura con más firmeza, su mirada fija en los ojos de ella. Ximena dudó por un momento. La propuesta era tentadora, y había algo en la intensidad de su mirada que la atraía de una manera que no podía explicar. Con un suspiro, decidió arriesgarse. Podía manejarlo. Siempre lo hacía. Era especial para manipular a los hombres. — Te podría pagar bien…Muy bien…— agregó él y ella tragó saliva, por la cercanía y con su toque sus bragas se habían mojado y por un breve instante pensó “qué mierda, lo haría gratis”. — De cuánto hablamos exactamente — dijo ella finalmente mirándolo fijanmente mientras no dejaba de mover sus caderas. Él sonrió como el gato que se comió la crema. — ¿Cuánto quieres? — Treinta grandes…— arriesgó ella. — Te ofrezco veint