Después de escuchar la historia que había contado Malena, Alondra permaneció un largo instante sentada en el mismo lugar. Su rostro estaba pálido, y aunque Lía y su madre quisieron acercarse para consolarla, ella levantó la mano en un gesto firme, como pidiendo silencio. Nadie se atrevió a decir palabra.
Carlos y Claudia ayudaron a Malena a llegar a su alcoba; la mujer temblaba todavía, llorando con desgarro. En la sala reinaba un silencio pesado, solo interrumpido por los sollozos que se escuchaban a lo lejos.
—No conocía esa historia —murmuró la madre de Carlos con voz quebrada—. ¿Cómo pudiste cargar sola con tanto dolor, Malena?
Malena, recostada en el lecho, apenas tuvo fuerzas para responder:
—Por eso me escapé con tu padre… y no regresé jamás. Solo volví después de la muerte de mis abuelos y de mi madre.
Carlos se inclinó y la abrazó con ternura, como si quisiera devolverle, aunque fuera tarde, un poco del cariño que le fue arrebatado.
Mientras tanto, en otra alcoba, Manuela se