La sonrisa de mi madre se fue borrando poco a poco. Se quedó mirando perpleja la pantalla del computador sin decir nada, como perdida en otro mundo. Luego, revisó atenta su celular varias veces para asegurarse de que no era una llamada falsa. Finalmente, agarró las llaves del auto y se preparó para salir.
Ya en el auto, llamó a casa. Una vocecita tierna contestó:
—Mami, ¿cuándo vas a volver? Te extraño mucho.
El rostro de mi madre se enterneció al instante, y respondió con cariño:
—Yo también te extraño muchísimo, mi corazón, pero tengo que hacer algo importante. Pórtate bien y acuéstate temprano después de cenar, ¿sí?
Colgó el teléfono y arrancó de inmediato el auto. Su rostro, sin embargo, no reflejaba ninguna emoción. No podía descifrar lo que sentía en ese momento.
“¿Esta triste? ¿O quizá aliviada? ¿Tal vez está feliz?”, me pregunté curiosa.
Cuando llegó a la policía, vio que mi padre ya estaba allí. Se sentaron uno al lado del otro, con caras de disgusto.
Fue mi padre quien rom