Con una incredulidad total, mi padre masculló entre dientes:
—Eliana... ¿ella es realmente mi hija?
Mi madre, con un dejo de irritación en la voz, respondió cortante:
—Te lo dije mil veces, jamás te fui infiel.
Mi padre, sosteniendo con tristeza el informe de ADN, se arrodilló en el suelo, consumido por el agudo dolor y lloró:
—¡Soy un desgraciado! He ignorado mi hija durante todos estos años.
Mi madre se incorporó con una frialdad perturbadora, dispuesta a marcharse, pero los oficiales le cerraron el paso.
—Ya está confirmado que el cuerpo es de Eliana —pronunció con calma—. Además, su padre está aquí. Si necesitan algo, hablen con él.
—¡Pero tú eres su madre! —estalló encolerizado mi padre.
De pronto, como si algo se quebrara en su interior, mi madre perdió toda compostura: —¡¿Soy su madre, y qué?! —rugió—. ¡En casa tengo otra hija con una cardiopatía que necesita mis cuidados!
Su voz se fue apagando hasta convertirse solo en un susurro, mientras su cuerpo se derrumbaba como una tri