POV Elena
La explosión todavía retumbaba en mis oídos cuando lo vi entrar.
Carlos irrumpió en la sala como un hombre al borde del colapso, cubierto de polvo, con un corte en la frente que le manchaba la sien de sangre. Sus ojos me buscaron con una desesperación primitiva, casi salvaje.
—Elena —dijo casi sin aire— tenemos que irnos. Ahora.
Mi corazón dio un vuelco. No porque estuviera exigiéndome algo imposible, sino porque su mirada... su mirada era la misma de mis sueños: urgencia, miedo, amor contenido.
—Carlos… hay niños aquí —respondí, señalando a los pequeños que atendíamos, algunos llorando del susto—. No puedo abandonarlos.
—¡Te pueden matar si te quedas! —su voz se quebró—. ¡Por favor, Elena, vámonos juntos!
Apreté los labios. Todo mi cuerpo quería correr con él. Pero mi alma… mi alma sabía que no podía.
—Solo… solo un poco más —le dije, con un tono que buscaba calmarlo—. Cuando los niños estén a salvo, me iré contigo. Te lo prometo.
Él negó con la cabeza como si mis palabras