POV Carlos
Cuando finalmente cierro la puerta detrás de nosotros, siento que el eco del festejo todavía me retumba en los huesos. La noche, en teoría perfecta, se me ha incrustado como una astilla envenenada bajo la piel. Isabella entra detrás de mí con pasos suaves, mirando a su alrededor con esa mezcla de sorpresa y curiosidad que no intenta disimular.
—Nunca habías sido tú quien me pidiera venir —dice, casi en un susurro.
No respondo. La garganta se me cierra. Me quema aún la imagen que llevo atorada desde hace horas: las manos del ministro posándose con deliberada calma en el cuello de Elena, el azul profundo de su vestido contrastando con su piel, la manera en que no se apartó cuando él acercó el broche del collar. Ese maldito collar que él ganó… y que yo pude haber ganado. Que debí haber ganado. Que no sabía que ella quería. Que no sabía que significaba algo para ella.
Y lo peor: la forma en que ella lo permitió. La forma en que bajó el mentón para que él pudiera ajustarlo mejor