Narrador
Thomas salió del departamento de Elena con una mezcla de frustración y desconcierto aún fresca en el rostro. Caminó por el pasillo con pasos tensos, casi apretados, como si cada zancada lo acercara más a su propio mal humor. Se pasó una mano por el cabello mientras esperaba el elevador, intentando recuperar la serenidad y, sobre todo, encontrar una explicación razonable para justificar el fracaso.
El elevador se abrió con un suave “ping”, y él entró, oprimiendo el botón de la planta baja con más fuerza de la necesaria. Mientras descendía, revivió la incomodidad en los ojos de Elena, la manera en la que ella había sujetado aquella carpeta de documentos como si fuera un escudo, y el extraño aroma de perfume y respiraciones agitadas que él, siendo quien era, no alcanzó a descifrar del todo. Sabía que algo no encajaba. Pero Elena había sido hábil, más hábil de lo habitual. Su compostura al borde del enojo revelaba una tensión particular. No quiso profundizar en ello. Al menos no