Adam O’Brien solo vive para una cosa: la venganza disfrazada de justicia, pues en el pasado alguien le arrebató todo lo que le importaba. Sádico, frío y cruel. Herido, atormentado y al borde de la locura, Adam se oculta detrás de la máscara del demonio, esperando su propia liberación. Helena Rose ha visto la peor cara de la maldad. Secuestrada y mantenida como la mascota de un esclavista, ella no tiene ninguna esperanza. Con sus padres muertos y hermanos desaparecidos, lo único que puede hacer es pedir al cielo por fuerzas, porque sabe que las necesitará. Su amo es un monstruo que disfruta torturándola y tan indefensa como está, Helena solo puede cerrar los ojos y soportar el dolor. Ellos nuca debieron de haberse conocido. Cuando Adam es enviado para deshacerse del traficante de esclavos más peligroso del país, él no espera encontrarse aquellos ojos grandes que lo miran con gentileza. Decidido a protegerla, Adam la lleva consigo, solo como una invitada. Tan dulce como solo ella puede serlo, Helena se mete poco a poco dentro de su piel, empujándolo cada vez más al borde y Adam se encuentra a sí mismo tratando de decidir entre el amor, la moralidad y lo correcto.
Leer másSusanna abrió la puerta, encontrándose con quien menos hubiera creído o esperado: Adam O’Brien. El jodido hijo de p**a que la utilizó durante cinco años, antes de abandonarla como si no tuviera ningún valor. Ah, m****a, ella lo había superado casi por completo gracias a Gemma y Peter; sin embargo, a veces le dolía. Sobre todo cuando consideraba lo patética que fue su actitud durante todo ese tiempo: rogándole por una pizca de amor, siendo su muñeca inflable; echándole en cara la pérdida de su embarazo, tratando de mantenerlo atado a ella con reproches y culpa. Sí, igual que su neurótica madre. Incluso, después de que terminó con ella en el auto, estuvo buscándolo durante meses e intentó suicidarse. Eso, sin embargo, él no lo sabía. Se lo llevaría a la tumba como un secreto. Adam esbozó esa arrogante media sonrisa que le salía tan bien, que la volvió loca durante años y la enamoraba siempre que lo veía. No obstante, sus ojos eran duros. Una mala señal. Pésima. Conocía
Adam deslizó el dorso de la mano por la sonrosada mejilla regordeta de Ryan. Era un niño hermoso, una parte suya y de Helena, que recién había cumplido dos años. Increíble el modo en que el tiempo pasa cuando eres padre: un día tienes a un bebé pequeñito en brazos, que depende enteramente de ti; y al otro… un niño al que debes perseguir para ponerle los pantalones. Pero era lo correcto. El curso inevitable de las cosas. El ciclo de la vida. Ryan entreabrió sus grandes ojos azules y se llevó el pulgar a la boca. Adam sonrió peinándole los ondulados cabellos castaños. «Lo estoy haciendo bien ahora, hermano, ¿puedes verlo?». Deseó que sí. Porque, después de años de amargura y sufrimiento, él había hallado esperanza en un par de ojos cafés claros, que lo miraron con dulzura desde la primera vez. Y puede que su relación con Helena no fuera moralmente correcta o que desafiara todo eso en lo que un día creyó, pero ahora no le importaba. Ambos eran felices teniéndose
Con una bata blanca y tumbada en camilla del hospital, Helena apretó la mano de Adam, que estaba a su derecha. Buscó sus ojos y le ofreció una sonrisa nerviosa. Hoy, finalmente, sabrían el sexo de su bebé. Después de tanto tiempo y complicaciones, él se había vuelto un poco paranoico. Por ejemplo, es ese preciso instante, mientras ellos estaban a punto de hacer el descubrimiento más grande del mundo, había una docena de hombres rodeando el hospital. Entre ellos Luciano y Darick. Estaba bien, sin embargo, porque le hacía sentir segura. Después de lo que hizo Darrel, los dos estuvieron en alerta constante las primeras semanas. Él, por supuesto, nunca dejó de estarlo. La doctora tomó un bote de gel y se lo mostró, con una pequeña sonrisa en los labios. —Estoy nerviosa —murmuró. Adam se inclinó hacia ella al instante y la besó en la frente. —Yo también —admitió. Ella tuvo que reprimir la sorpresa—. Esto es… nuevo para mí. Para los do
Helena gimoteó cuando trató de mover el brazo y el dolor explotó desde adentro. Llevaba poco más de una hora en urgencias, siendo custodiada por Blake. Aún no terminaba de entender lo sucedido, pero dejó de importarle cuando el doctor le informó que su bebé estaba fuera de peligro. Hunter y Gemma acababan de llegar, en cuanto su gemelo vio al líder del Tercer Cielo casi enloquece; sin embargo, ella logró explicarle lo sucedido. Así que esperaban porque Adam diera señales de vida. Por el rabillo del ojo, vio cómo Blake jugueteaba con su teléfono. Él parecía tan indiferente, pese a lo horrible de la situación. No tenía sentido. —¿No te preocupa? —preguntó. Blake levantó la mirada y le ofreció una media sonrisa burlona. —¿Darrel o Hunter ? —Adam. Él encogió un hombro. —¿Debería? Es grande, puede cuidarse solo. —Dirigió sus ojos verdes hacia Hunter —. Eres lindo. Tienes un buen cuerpo. Hunter le frunció el ceño.
Blake obedeció, con una calma perturbadora. ¿Por qué le asustaba? Ella no sabía, pero el brillo en sus ojos le pareció familiar. La empujó hacia Darrel, quien la mantuvo pegada a su cuerpo. Helena forcejeó, él presionó el cañón de una Browning sobre su cabeza. —No seas estúpida —gruñó. Ella se detuvo. Con pasos seguros, Adam traspasó la puerta y se detuvo a cinco metros. Vestido completamente de negro, excepto por su franela roja sin mangas, él los miró con una ceja alzada mientras terminaba de ponerse un guante de cuero. Repasó el lugar, tragó duro y fingió indiferencia. —Y aquí estoy —dijo. Su tono mortal estremeció el cuerpo de Helena—. Solo y sin armas, indefenso, como ordenaste. Oh, cielos. Él estaba enojado, real y absolutamente furioso. Jamás lo había visto de esa forma. Él la miró un segundo y le mostró una media sonrisa arrogante que le hizo recordar el día en que se conocieron. —¿Sabes? —Se recogió completamente el c
El juicio había sido una m****a, por completo. Un circo deprimente que le causó una terrible migraña. El juez Hocking, a quien conocía, decidió ausentarse a última hora y fue reemplazado por un hijo de p**a insoportable que estaba de parte de la fiscalía. Por poco pierde el caso, pero a final de cuentas su querido traficante era un hombre libre. No por mucho. Luciano se encargaría de hacerlo desaparecer, después de que le entregase al grupo para el que trabajaba. Encendiendo un cigarrillo, miró el cielo. Tenía que dejarlo, por el bien de su hijo. Lo que menos deseaba era afectarlo con sus malos hábitos; pero Dios, cuánto le costaba. No era fácil después de años como fumador asiduo. Su teléfono sonó, haciéndolo reaccionar. Era Helena. Quizá estaba impacientándose con lo de su visita al gineco-obstetra. Sí, bueno, él también estaba nervioso por saber el sexo de su bebé. Aunque ella se encontraba segura de que sería una niña. ¿Él? no tanto, no podía decírselo. L
Helena despertó sintiéndose observada. Parpadeó acostumbrándose a la suave luz de la lámpara y sonrió al encontrarse con los ojos de Adam, viéndola desde arriba. Él alargó la mano y le retiró el cabello que le cubría la frente. Deslizándola poco a poco, le acarició los labios y trazó una línea recta que cruzó la V de sus pechos y paró en su abdomen desnudo. —Hola. —Su propia voz le pareció demasiado distante. Él presionó ligeramente con su palma. —Hola. Inclinándose, sustituyó la mano por sus labios. Sentirlo así envió una descarga a lo largo de su cuerpo. Esto se había vuelto un ritual: Adam se aferraba a ella durante toda la noche, como si pudiera escaparse, y al amanecer la despertaba con un dulce beso en el vientre. Y le agradaba, mucho. —Hola. —Adam murmuró de nuevo, no para ella por supuesto. El movimiento en su interior consiguió estremecerla. Él debió de haberlo sentido porque se rio por lo bajo. Últimamente hacía eso c
El cielo estaba oscuro, pese a ser tan solo las seis de la tarde. Una hora extraña para una reunión ilegal y forma de contratos multimillonarios; pero la m****a prefería las sombras, ¿qué podía decir? No era como si le importase mucho y siendo sincero, todo lo que quería justo ahora era terminar con esto y volver a casa. Descansar unos días y hacer el amor con su mujer muchas horas. Un poco de esa agradable paz a la que ella lo había acostumbrado. Si todo salía bien, haría algo que jamás cruzó su mente antes: le llevaría rosas. «Ya, deja de ser estúpido. Concéntrate». No podía distraerse estando a punto de enfrentarse al demonio. Sonriendo para sí mismo, Adam se colocó su máscara negra, la que tenía tachuelas doradas por todo el contorno además de cuernos y cargó su Jericho, al igual que un par de CZ SP-01. Ah, m****a, tenía un problema con las 9 mm: le gustaban demasiado. Inspeccionó sus cuchillos y los guardó mientras veía por el rabillo del ojo cómo sus compañeros