3. Fuera de mi vida

      

La policía me interrogó aquella tarde, querían saber qué tanto era lo que sabía del derrumbe y lo que había visto.

—Ya le dije que no vi nada, estaba en un restaurante cercano y corrí media cuadra cuando vi la gran cantidad de gente que corría hacia el Corporativo —intenté explicar.

—Lo siento, señorita Corrie, pero otras declaraciones la sitúan dentro del edificio y no en un restaurante cercano.

—Mire, quizá tenga estrés postraumático, pero le juro que yo estaba en el restaurante con mi novio.

—Perdone que la contradiga, señorita Corrie, pero todos afirman que usted está más sola que una ostra.

Cerré los ojos con fuerza, no estaba poniéndome en los zapatos de Ivaine, sino en los propios y era un error estúpido, debía aprender a suplantar la personalidad de Ivaine o el oficial pensaría que era una mitómana.

—Sí, sí, tal vez está usted en lo correcto —aclaré—, puede que aún esté un poco confundida o que lo haya soñado. Desde que salí del  coma, no reconozco la diferencia entre la realidad y la fantasía. Sí, estaba yo en el edificio.

—De acuerdo —dijo anotando algo en su pequeña libreta—. Varios de sus compañeros dicen que Callie Emery era la secretaria de presupuestos cuando se construyó el edificio de PicCo y que compró el material más barato para ahorrarse algo de dinero que más tarde se echó en el bolsillo. ¿Sabe usted algo al respecto? Necesitamos deslindar responsabilidades, un edificio no se cae solo por que sí, ¿sabe?

Bajé la mirada avergonzada, era verdad, me había embolsado mucho dinero que me había servido para dar el enganche de un lujoso piso en una de las zonas con más plusvalía de la ciudad.

—No, señor, no sé nada de eso.

—Ella está muerta, señorita Corrie, no pasará nada si habla, sin embargo, sí podemos establecer si ella tenía algún cómplice.

—No, si ella lo hizo, creáme que actuó sola.

—¿Entonces cree que no hay nadie más dentro de la compañía que pueda pagar por este terrible error? Murieron muchas personas, señorita Corrie.

—Nadie —afirmé.

—De acuerdo. La dejaré descansar, pero si recuerda algo… —vacilante, me entregó su tarjeta.

En cuanto el oficial salió por la puerta me eché a llorar. Muchas personas estaban sufriendo por mi culpa, había hijos que se habían quedado sin padres, padres que se habían quedado sin hijos, otros que habían perdido a sus hermanos o quizá al amor de su vida. Me puse en pie y quitándome la guía del suero, me vestí y huí de aquel lugar que olía a pecado y muerte.

Llegando a mi apartamento, tomé las cosas más vitales y salí de nuevo. No podía volver a aquel sitio, si la verdad llegaba a saberse, terminaría mis días en la cárcel y no podía permitirlo. 

Busqué en el bolso que Evan había preparado para cuando me dieran de alta y extraje el móvil. La llamativa funda de color rosa, me pareció ridícula pero después haría algunos cambios necesarios, lo que necesitaba era llamar a Evan para que me llevara al apartamento de Ivaine, ya que no tenía la mínima idea de donde vivía.

Busqué entre los escasos contactos y di marcar cuando vi su nombre aparecer en la pantalla.

—Hola. Ivan, me alegra que llamaras, ¿ya te van a dar el alta?

—Te explicaré en cuanto vengas por mí.

—¿Qué demonios hiciste ahora?

—Por favor, Evan, ven por mí, estoy en la calle Woodhouse, frente a Sainsbury´s.

—De acuerdo, de acuerdo, no te muevas de ahí. ¿Oíste?

—No lo haré.

Evan tardó veinte minutos en llegar, pero a mí me parecieron una eternidad; por alguna extraña razón, temía que llegara a saberse que había usurpado el cuerpo de Ivaine, y que en cualquier momento, llegaría una patrulla, de la que un oficial descendería solo para aprehenderme.

Evan, como todo un caballero bajó a ayudarme a meter la bolsa en su viejo y destartalado volkswagen del ochenta y seis.

—¡Dios, había olvidado lo pequeño que es tu auto! Siempre pensé que era un milagro que esta m*****a chatarra aún funcionara.

—Nunca antes te quejaste y ya sabes lo que dicen de los volkswagen, son…

—Inmortales —completé la frase. Había escuchado que esos malditos autos eran eternos y vaya que lo eran. Era un milagro que esa carcacha aún funcionara.

Evan sonrió y luego de ayudarme a subir, cerró la puerta y volvió a su puesto de piloto.

—Ahora sí, soy todo oídos, ¿escapaste? —me interrogó.

—Sí, lo siento, no soporté más ese lugar tan lúgubre y siniestro.

—Bueno, no es el mejor hospital, pero te trataron muy bien y me parece una falta de respeto que te hayas ido sin avisar. No iban a retenerte más que un par de días más. Ya solo estabas en observación.

—No, aquel lugar en verdad iba a dejarme loca.

—Nunca has estado muy cuerda que digamos.

—¿Puedes llevarme a casa? —lo presioné un poco, no estaba de ánimo para sostener largas conversaciones.

—Creo que sí, pero no hoy. Hoy no creo que debas estar sola. Estás aún en un estado muy frágil y necesitas algo de compañía. Prometo no molestarte.

—No, Evan, de verdad necesito estar sola.

—Y ya te digo yo que no. Que lo que necesitas es una vieja película en la televisión, un poco de palomitas y un poco de refresco de cola.

—Por favor, Evan, no hoy. Necesito tiempo a solas para aclarar muchas cosas en mi cabeza.

—Está bien, no te presionaré, pero de una vez te digo que mañana muy temprano pasaré a verte para que vayamos a desayunar —Evan levantó los hombros como para quitarle importancia a lo buen amigo que era.

 ¡Maldito Evan Wickham! Era casi perfecto, pero tenía un leve problema, era pobre, muy pobre y la pobreza no encajaba en mi perfecta vida.

¿O ex vida?

 Si iba a vivir en el cuerpo de Ivaine iba a tener que sacarle un poco de partido… o visitar muy pronto a un cirujano plástico, lo cual sería más fácil y rápido, pero llamaría la atención y lo que menos necesitaba era eso.

Asentí para dejarle saber que estaba bien, ya vería como me las arreglaba para deshacerme de él, lo necesitaba fuera de mi vida.

Evan estacionó frente a un sencillo y pequeño edificio de departamentos y luego, bajó para ayudarme a subir mis escasas pertenencias. Una vez que subimos las escaleras y que estuvimos frente al apartamento 302, extrajo una llave del bolsillo de sus desgastados jeans. Abrió la puerta y se hizo a un lado para dejarme pasar.

—Limpié todo antes de que vinieras, pasaste quince días en coma y nadie había abierto un poco las ventanas, así que decidí venir a hacerlo y aproveché para limpiar un poco. 

—Gracias, Evan, te lo agradezco.

—De nada, Ivan… Ahora, te dejaré sola. Si necesitas algo, tan solo llámame. Intentaré estar al pendiente.

¿Era posible que Evan estuviese en verdad enamorado de Ivaine? Hasta para mí era extraña la camaradería que existía entre ellos, pero uno nunca terminaba de conocer a las personas… Había gente que se sentía atraída hasta por las cosas más extrañas. 

Intenté sonreír cuando se acercó para besarme en la mejilla a modo de despido y después de asentar las llaves sobre la barra de la cocina, atravesó la puerta y la cerró tras de él.

—¡Maldita sea! —grité mientras recorría aquel pequeño espacio.

¿Cómo podía una persona vivir en un cuchitril de aquel tamaño? No, no es que fuera feo porque al parecer Ivaine tenía bastante buen gusto, sus muebles eran baratos pero al menos combinaban entre sí, lo que realmente impresionaba era el tamaño, ¡ahí no cabía nadie más! Como si aquel espacio hubiese sido creado para vivir en soledad hasta que te volvieras viejo y olieses a humedad.

—¡Puaj! —exclamé cuando abrí el frigorífico y vi la cantidad de alimentos de cocina rápida que Ivaine guardaba.

¿Es que nunca tenía tiempo para ir al supermercado y comprar vegetales frescos? Mi semblante se ensombreció. No, no lo tenía y eso me lo debía a mí, era ella quien terminaba haciendo mi trabajo porque yo estaba demasiado ocupada intentando conquistar al hombre ideal que me ayudase a subir un escalón más en aquella inmensa escalera laboral.

 Me eché a llorar. Yo era un ser humano espantoso y de eso no me cabía la menor duda.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo