4. Ángel de la guarda

Intenté dormir, pero las pesadillas del derrumbe me acosaron y daba vueltas en la cama cuando un fuerte ruido en la pequeña sala me alertó. Abrí los ojos asustada, el reloj marcaba casi las tres de la mañana. Por pura costumbre me persigné, de pequeña había visto una película que contaba la historia de una chica de la que el demonio se había posesionado y que todos los días despertaba a las tres de la mañana. Un escalofrío recorrió mi espina dorsal y me levanté con temor.

Al llegar a la salita, el espectáculo era desolador, entre cristales rotos había un ángel. Me tallé los ojos, debía estar soñando que estaba soñando o de plano me estaba volviendo loca. 

—¿Quién demonios eres y qué haces en mi sala? —instintivamente me eché hacia atrás, en aquella película el demonio solía usar disfraces muy convincentes para engañar a la protagonista.

 Formé una cruz con los dedos y la puse frente a aquella criatura que ni siquiera se inmutó.

—Soy Shamsiel, tu ángel de la guarda. Fui asignado para cuidar de ti.

—¡Ah, no! No sé si me estás engañando, ¡es la hora del demonio!

—¡Qué hora del demonio ni qué ching….!

Asustada, me llevé la mano a la boca, estos ángeles sí que eran de cuidado.

—¡Carajo! —exclamé exaltada cuando volví en mí—. ¿Y tenías que entrar por la ventana y romperla? ¿Sabes que no tengo en qué caerme muerta y que no tengo dinero para pagar la reparación de las ventanas?

—Lo dudo mucho, Callie, tienes un piso que vale una fortuna, una buena suma de dinero en el banco y un novio muy rico. Tienes mucho más que todos aquellos que no tienen ni para pagar los funerales de quienes aman o la cuenta del hospital —dijo acusadoramente.

—Mira, angelillo de cuarta, no sé si nadie te ha informado, pero estoy usando el cuerpo de Ivaine porque es el único que consiguieron, espero que de momento, ¡y no puedo tocar nada de mis cosas porque levantaré sospechas! ¿Te queda claro?

—Lo que me queda claro es que ese dinero lo necesitan muchas personas a las que les robaste.

—Yo no le robé a esas personas, Caguiel, o como sea que te llames.

—Shamsiel, Callie… Mi nombre es SHAM-SIEL —y lo repitió para que me quedara claro.

—Sí, Gaysiel o lo que sea, me importa un bledo, yo le robé a la empresa, jamás a los empleados.

—Le robaste a todas esas personas, Callie, no lo niegues. Ellos trabajaban muchas horas, a veces por sueldos injustos con los que apenas podían vivir, mientras tú eras parte de esa elite que solo miraba desde arriba sin hacer nada porque tu bolsillo sí estaba lleno. 

—¿Y qué demonios quieres que haga? ¿Comprendes que no puedo moverme o me acusarán de suplantación de personalidad? ¡Eso es un delito muy grave aquí en la tierra! 

—Por supuesto, siempre pensando en ti.

El ángel aleteó un par de veces para impresionarme. Sus alas parecían suaves y protectoras, pero mi corazón latía a cien porque había logrado su cometido. Me estaba muriendo de miedo.

—No sé qué quieren de mí —afirmé cruzándome de brazos intentando que el ángel no notara mi frágil estado mental.

Aprender el sentido de la palabra humildad no te vendría nada mal.

—¿Qué es lo que quieres que haga? —quería que, como fuera que se llamase, se largara ya. Su presencia me tenía al borde de un colapso nervioso.

—Necesito que vendas tu piso y que dones todo ese dinero para la fundación que Evan está creando para ayudar a las víctimas.

—¿Pero te has vuelto loco? Puedo donar una parte, sí, pero la otra la usaré para ir al cirujano, aunque… estoy pensando que tal vez… —me llevé la mano a la barbilla—. Tal vez tú y yo podamos ayudarnos mutuamente, yo le doy ese dinero a Evan si tú…

Caguiel entornó los ojos, ni siquiera sabía qué trato iba a ofrecerle y ya estaba poniéndole peros.

—No voy a conseguirte otro cuerpo, Callie. ¿Crees que estás tratando con tarados? —preguntó ofendido—. ¡Somos PRO-FE-SIO-NA-LES! —exclamó separando con sumo cuidado la palabra para darle énfasis.

—¿Estás leyendo mi m*****a mente? —pregunté de manera acusadora.

El ángel suspiró, parecía agotado de tratar con una humana. Una triste y arruinada humana.

—Entre otras cosas… —aceptó.

—¿A qué demonios te refieres con entre otras cosas?

—Qué más da.

—¿Entonces tenemos trato?  —insistí.

—Aquí no hay tratos, Callie, es tu pellejo el que está en juego, no el mío. Empieza a correr el tiempo, recuérdalo.

—Si eres mi ángel guardián estoy segura de que también el tuyo está en riesgo. Si las cosas no salen como pretendes podrías perder tu privilegiado lugar en el cielo.

—¿Privilegiado has dicho? ¿Crees que es un trabajo muy cómodo andar persiguiendo humanos todo el tiempo para que hagan lo correcto? ¡Es agotador, Callie! La mayoría de ustedes terminan haciendo lo que les viene en gana y arruinan nuestro trabajo con una facilidad apabullante.

Me miró una vez más mientras movía la cabeza hacia ambos lados y después se escabulló por la ventana.  Derrotada, me arrojé sobre el sofá, ahora era fea, pobre y al parecer también estúpida. 

¡Odiaba mi vida!

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