1. Bienvenida al cielo

A mi alrededor, varias personas, que aún no sabían en donde nos encontrábamos, se movían inquietas. Se empujaban unas a otras y como yo, esperaban con impaciencia aclarar sus dudas.

Miré mis manos y, con nerviosismo, noté que el maravilloso anillo de compromiso había desaparecido. Corey iba a asesinarme cuando supiera que lo había extraviado.

—¿A dónde demonios nos han traído? —exclamó una mujer bajita que recordaba haber visto haciendo la limpieza en el Corporativo y para quien nunca había tenido una sonrisa o un gesto amable.

Nuestras miradas se cruzaron e intenté llegar a ella para preguntarle en dónde estábamos, pero al percatarse de mis intenciones, se movió de lugar con gesto de desagrado.

—¡Marty! —le grité al chico de la copiadora, pero él también se movió de lugar y se perdió entre la multitud—. ¡Freida! —intenté una vez más con la secretaria de Leanne, la gerente de Recursos Humanos.

Pero fue inútil, en aquel lugar nadie me quería, era la mujer más odiada.

Me eché a llorar desesperada. Estaba sola, en un lugar que no reconocía y la cabeza me sangraba. Comencé a sentirme algo mareada.

Un viejo, con una larga bata de color blanco, que probablemente era un enfermo, se me acercó. Caminaba ayudado por un bastón y me miró como si se compadeciera de mí.

—Hija, hija… —dijo muy bajito y sin embargo lo había escuchado con claridad.

—¿Quién es usted? —pregunté con recelo.

—¿No me reconoces, hija? ¿De aquellos días en que ibas al catecismo los sábados?

¿Recordar? Por supuesto que no lo recordaba, hacía mucho tiempo que había dejado atrás aquella mediocre vida, incluso a mis padres, aquel par de viejos sin ambiciones que se habían conformado con una pequeña casa en un barrio clase mierdero, como llamaba yo a la clase media. Yo había nacido para grandes cosas y ellos eran como un lastre del que tenía que deshacerme, como me deshacía de todo lo que me estorbaba.

El viejo, pareció leer mis pensamientos, porque movió la cabeza negativamente.

—¡Aquí hay una que va de retache! —gritó y luego me sonrió con hipocresía.

¿Retache? ¿Tenía que usar una palabra tan corriente? Puse mi mejor cara de asco.

—Pasa a mi oficina —ordenó.

¿Quién demonios se creía ese viejo que era? Ahora solo me faltaba que por algún macabro error, estuviera en el manicomio y que aquél anciano, con delirios de grandeza, se creyera Freud. Una extraña fuerza me hizo seguirlo hasta una oficina. Me senté en un sillón blanco apostado a un lado de aquel gran espacio y confundida, me percaté de que todo era blanco. 

El viejo revolvió unos papeles, hasta que pareció dar con el que buscaba.

—Muy bien, ¿a quien tenemos aquí? —dijo colocándose unas pequeñas gafas por debajo de los ojos y levantó un poco el rostro para poder ver a través de ellas—. Con que Callie Emery, ¿eh? —susurró.

—Sí, soy yo, ¿podría por favor explicarme por qué demonios estoy aquí y qué es este lugar?

—A ver, hija, en primer lugar aquí no se pronuncia el nombre del enemigo, está prohibido.

—¿De qué enemigo habla?

El viejo hizo una seña para que me acercara y temiendo que tuviese mal olor me acerqué tímidamente, primero un poco y luego otro tanto al percatarme de que, extrañamente, el viejo olía a flores.

—El demonio, Satanás, Belcebú, o como sea que le llames —dijo muy bajito.

Me eché hacia atrás asustada.

—¿De qué demonios está hablando? 

El viejo se levantó de prisa y rezando en voz alta, abrió una botellita de agua y me la echó encima. 

Supuse que era agua bendita.

—Listo —dijo satisfecho—. Pues bien, hija. Mi nombre es Michael, Mike para los amigos,  y soy el ángel que da la bienvenida al cielo, solo que cometimos un pequeño error. Hoy no era el día de tu muerte. Pequeños errores en los algoritmos de Uriel.

—¿Estamos en un manicomio? —pregunté entrecerrando los ojos para que se activara mi rastreador de mentiras.

Yo era una experta en leer los gestos de las personas, y gracias a aquel don me había librado de muchos embusteros que fingían tener dinero para conquistarme, pero no encontré señal de que aquel viejo me mintiera.

—No, hija, ya te dije que estamos en el…

—¡Cielo! —grité interrumpiendolo—. Pero eso no puede ser, en primer lugar no recuerdo haber muerto y en segundo lugar, no existen ni el cielo ni el infierno, son patrañas que nos cuenta la iglesia para mantenernos controlados. Además, si esto fuera el cielo, sería San Peter quien me diera la bienvenida.

—Peter acaba de jubilarse, hija mía. Llevaba siglos recibiendo almas y ya estaba un poco cansado. Lo enviamos a unas eternas vacaciones a Hawaii. Pero bueno, volvamos a donde estábamos, cometimos un pequeño error, tú ibas a morir en un espantoso accidente de tráfico, ocasionado por tu adicción a las drogas y al alcohol cuando tuvieses cuarenta y siete años. Está de más decir que iba a ser una muerte lenta y dolorosa para que pudieses purgar tus muchos pecados, Lo de hoy ha sido un lamentable error, de manera que voy a enviarte de regreso.

Mike revisó algo en una pequeña pantalla, parecía un iPad pero mucho más moderno. La giró hacia mí para que pudiese observar lo que pasaba  —en tiempo real— en la tierra y con horror, miré anonadada. Mi cuerpo yacía en pedazos que estaban desperdigados por el suelo. Una manita, con perfecta manicura por aquí, y una hermosa pierna un poco más allá. Mi cabeza, de milagro aún unida a mi tronco, estaba completamente destrozada.

—¡Uy! —exclamó Mike sorprendido—. Creo que ese cuerpo ya no sirve para nada, hija mía.

Entorné los ojos y volvimos a mirar la pantalla. El cuerpo de Ivaineyacía intacto a un costado de lo poco que quedaba del edificio.

Mike pareció, en aquel momento, sufrir una maravillosa revelación, porque me miró divertido.

—Creo que he encontrado la solución.

Volvió a revolver sus papeles y encontró lo que parecía ser la ficha de Ivaine.

—Ivaine Corrie, muerta sin ningún dolor al ser un alma pura… Mmmmm, ¿y por qué Ivaine no está dentro del grupo que acaba de llegar? —Mike volvió a tocar la pantalla y echó un vistazo al limbo, o a como se llamara ese maldito sitio donde las almas vagaban.

—Interesante, está en coma… Otro gran error de Uriel. ¡Uriel! —gritó Mike muy fuerte y al segundo, un hombre, un poco más joven que él, entró a la oficina muy apurado.

—¡Necesito que revises tus malditos algoritmos!

—Pensé que no se podía maldecir en el cielo —dije entre dientes.

—¡Por supuesto que podemos maldecir! —dijo dando un fuerte golpe a la mesa. 

Al parecer Mike estaba muy enfadado. Me eché hacia atrás asustada.

Con voz suave, el otro ángel, o lo que demonios fuera, habló:

—Últimamente está un poco neurótico, la máquina ha estado fallando y ha llegado mucha gente que no debería estar aquí. Ha sido un caos —explicó y se volvió hacia Mike de nuevo—. Tengo la solución, Callie puede tomar el cuerpo de Ivaine y asunto arreglado. De lo de su alma flotando en el limbo, me encargo yo. 

Uriel tomó el aparato y realizó un par de configuraciones.  Luego, nos mostró la pantalla, Ivaine entraba, en aquel justo momento, a la estancia en donde minutos antes había estado yo.

—Oh, no, no, no —dije moviendo la cabeza hacia ambos lados—, el cuerpo de Ivaine no.

—¿Qué tiene de malo el cuerpo de Ivaine? —preguntó Mike echando otro vistazo en su expediente como para cerciorarse de que Uriel no hubiese cometido un nuevo error—. No veo nada malo con su cuerpo, está bastante sana.

—No, no, Mike, no estás viendo bien. ¿Ves lo fea que es?

Él sonrió.

—No, no. Creo que estás viendo la belleza desde otro ángulo. Ivaine es muy hermosa, eres tú la fea, porque tu alma es tan negra y oscura como tu cul...

—¡Michael! —exclamó Uriel para que el arcángel no terminara la frase.

Abrí la boca para decir algo y fue en aquel preciso momento que algo extraño sucedió y me vi atrapada en un gran torbellino que me arrastró hacia abajo de nuevo.

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