Me llevo la mano a la boca para evitar que la carcajada se escape de ella. Mis viejos siguen estupefactos y abochornados, por lo que acaba de suceder. En lo que respecta a mi abuela, bueno, parece que se la está pasando de maravilla.
―Creo que es el momento apropiado para que abandone esta casa, señor Gates ―sonrío satisfecho―. El motivo que lo trajo a esta cena acaba de irse con su esposo por la misma puerta por la que usted debería irse.
El imbécil me mira furioso, pero no se atreve a decir nada al respecto.
―Hasta nunca, señor Gates.
Le dice mi abuela con voz cantarina. Qué pasada de mujer, el orgullo no me cabe en el pecho. Me acerco a ella, paso mi brazo por encima de sus delgados hombros, la pego a mi costado y la beso en la frente.
―Te amo, abuela.
Ella me mira y sonríe emocionada.
―Yo también te amo, Denzel.
Ambos giramos la cara al mismo tiempo y la plantamos en Gates. Con la poca vergüenza que le queda y la impotencia dibujada en su rostro, se despide de todos y, con