Treinta y cuatro

KYRION

Cuando me he quedado solo, analizo el documento y decido hacerlo por mi cuenta, como ha sido sugerido por la mujer.

Cuando lo termino, me impresiona la cantidad de cosas que sé y me gustan de ella. Envío por correo la información. Espero que la mujer responda qué sigue.

La ansiedad acaba cuando llega la respuesta. Leer que debo darle espacio y ser comprensivo hace que desabroche algunos botones de mi camisa.

—¿Cómo rayos se supone que alejarme va a ayudar? —hablo en voz alta.

Las ganas de cerrar la página y cancelar esta tontería me ganan, pero pienso en lo que falta de su embarazo. En que deseo que me vea con otros ojos.

—Darle espacio —me repito una y otra vez mientras giro en la silla.

Me cuesta, como todo lo que no se hace a mi manera. En una semana consigo no verla. Ella no llama, no escribe, no dice nada. Le hablo a la mujer de ella. Me obliga a hablar de mí. Me niego, pero cedo cuando me habla de mi hijo, de cómo percibirá el padre que seré.

Me contengo. No digo mucho, p
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