La voz del doctor se mantuvo firme, profesional.
“Por fortuna, el bebé está perfectamente bien. Hasta ahora no hay complicaciones.”
Amore no se relajó, ni siquiera un poco.
“¿Está segura,” presionó, su tono ahora más agudo, “de que mi nieto está perfectamente, perfectamente bien?”
El doctor asintió con sinceridad. “Sí, señora. Hemos revisado todo minuciosamente. El feto no muestra signos de angustia. Mientras ella se mantenga alejada del estrés, ella y el bebé estarán bien.”
La mandíbula de Amore se tensó, pero exhaló, dando un asentimiento seco.
“Bien.”
El doctor se inclinó ligeramente y salió de la habitación.
En el momento en que la puerta se cerró con un clic, la fachada de Amore se agrietó.
Sus dientes se apretaron. Sus ojos se helaron de furia.
“Esa mujer inútil,” siseó, cada palabra vibrando con una rabia contenida. “Le haré pagar por esto.”
No sabía qué decir, así que permanecí en silencio, abrazando más fuerte la manta. El aire se sentía más frío con Amore allí, su ira burbuj