El sonido de sus propios pasos rebotaba en el pasillo vacío del edificio. Marck estaba furioso, preocupado, cada segundo sin respuesta de Sandra era una daga clavándose en su pecho. Tocó la puerta de su apartamento una vez, dos veces y nada.
Sacó su teléfono. Llamó. El tono sonó una vez… dos… tres…Buzón de voz.
─Maldita sea. ─Iba a insistir cuando escuchó un ruido detrás de él. Un susurro bajo, una risa controlada. Marck giró la cabeza lentamente… y allí estaba, Akiro Yamada, apoyado contra la pared, con una maldita sonrisa de suficiencia pintada en el rostro.
—Vaya, Lion. No te imaginaba tan desesperado. ─Marck apretó los puños. No tenía paciencia para sus juegos.
—¿Dónde está Sandra? ─Akiro soltó una carcajada suave.
—Oh, Marck… —dijo con falsa compasión—. Sigues pensando que ella es una damisela en apuros, ¿no? ─Marck dio un paso adelante. No iba a tolerar más rodeos.
—Te lo preguntaré una última vez. ¿Dónde está? ─Akiro se tomó su tiempo para responder. Se alisó la chaqueta,